sábado, 25 de diciembre de 2010

La dieta rockera del reciente ex-joven (gracias Nick Hornby)

La Ley del Envejecimiento con Dignidad y Buen Gusto implica, entre otras cosas, que en lo que a música se refiere, uno va dejando atrás los rabiosos estallidos de guitarras eléctricas para ir descubriendo las sutilezas que esconden géneros sofisticados y más exigentes como el jazz, la música clásica, la bossa nova, etc. Aunque esta Ley tiene sus trangresores, como toda ley; y hoy en día no es vergonzoso seguir escuchando CIERTOS artistas de volumenes altos y baterías vehementes, más allá del cumpleaños 25. Pero hay algunos territorios musicales a los que, me da la sensación, uno no se supone que regresa. Esta última semana incluyó una nueva sesión del Club y además la Navidad, y encontré un hilo musical en común entre ambos eventos: tiene que ver con la gradual desaparición de las guitarras distorsionadas del menú musical del ex-rockero.

Sin embargo, dos de mis momentos más intensos del último Club fueron estallidos guitarreros; en el primero, Pablo B no nos reveló la identidad del grupo que estaba sonando en un loop fumón de baja intensidad y cuelgue acusticón, cuando de pronto estallaron los parlantes y el titánico riff de Iron Man pateó el tablero y nos hizo cabecear al ritmo como unos púberes sexualmente frustrados:



El otro trueno eléctrico me transportó inmediata e inesperadamente a mis seis, siete años de edad, cuando mi hermano mayor se trajo de Brasil el disco Unmasked, de Kiss. El tema de apertura, el glamorosamente rockero Is That You?", estalló con sus guitarras hifi y de pronto yo estaba en el living de la casa de Gonnet, hipnotizado y aterrorizado por esa violencia sonora traida por personajes enmascarados. Y por la famosa tapa de historieta, en la que un periodista intenta descubrir las caras de los Kiss detrás de sus máscaras, y que reforzó aún más el viaje temporal a esa época un poco boba en la que Kiss y Queen generaban insólitas rivalidades entre la juventud tan poco politizada de 1980. Yo, en cambio, discutía con mi vecino que Kiss era mucho mejor que Los Parchís, porque...no me acuerdo de mis argumentos, pero creo que la canción propone varios:



Pocos días después, la Navidad me trajo un libro que ya me había olvidado que quería (por suerte, mi chica tiene mejor memoria que yo, incluso para mis propios intereses): se trata de "31 songs", de Nick Hornby, el mismo de "Alta Fidelidad" y "About a Boy". En este caso, son 31 ensayitos inspirados por misma cantidad de canciones, sobre la musica en principio, pero siempre entremezclados de manera inseparable de la vida, las emociones, las inseguridades, etc.
Es un libro que se lee casi sin darse cuenta, por lo entretenido, no por lo insustancioso. Un pasaje en particular me parecio brillante y pertinente, con los guitarrazos recientes todavía resonando en mi cabeza. Acá Hornby dice muchas cosas que yo querría decir, mucho mejor de lo que yo podría, así que el resto de la entrada queda para él (la traducción es mía, por si los abogados de Hornby leen este humilde blog). Take it away, Nick:

Capítulo 4 - Heartbreaker - Led Zeppelin



La interpretación tradicional sobre los muchachos y su pasión por el heavy (o nu- o rap) metal consta de guitarras que sirven como sustitutos del pene, homo-eroticismo, y todo tipo de cosas que anuncian perversión, confusión y neurosis mórbidas e incurables. (...)Pero sospecho que hay una explicación musical, más que patológica, para mis tempranos escarceos con Led Zeppelin y Sabbath y Deep Purple; básicamente, que era incapaz de confiar en mi propio juicio sobre una canción. Como un adulto pretencioso pero bobo que no mira películas que no estén subtituladas, yo no escuchaba nada que no estuviera recubierto de guitarras eléctricas distorsionadas y chillonas. ¿De qué otra manera iba a saber si la música era buena? Las canciones tocadas en piano, o guitarras acústicas, por gente sin bigotes y barbas (mujeres, por ejemplo), gente que comía ensaladas en lugar de roedores...bueno, esa podría ser música mala, tratando de engañarme. Esa podía ser gente haciéndose pasar por los Beatles cuando no lo eran. ¿Cómo podría yo detectarlo, si todo era encubierto de esa manera? No, mejor evitar toda la cuestión de lo bueno y lo malo y quedarse con lo fuerte. No podías equivocarte demasiado con lo fuerte.(...)

Así que para mí, aprender a amar las canciones más tranquilas - canciones de country, de soul, de folk, baladas cantadas por mujeres e interpretadas en el piano o la viola o alguna maldita cosa del estilo, canciones con coros y con títulos como 'Carey' (porque ¿a quién que tenga un par de oídos que funcionan no le encanta Blue de Joni Mitchell?) - no consiste en crecer, sino en adquirir una confianza musical, una habilidad para juzgar por mi mismo. A veces parece que, con cada año que pasa, he ido quitando una nueva capa de guitarra ruidosa, hasta que finalmente he llegado al punto en el que puedo, espero, diferenciar una buena canción de George Jones de una mala. Las canciones así de desnudas, sin una pizca de Stratocaster, son atemorizantes: tenemos que descifrarlas solos. Y entonces, una vez que podemos hacer eso, nos volvemos tan haraganes y temerosos de nuestro propio juicio como cuando teníamos catorce. ¿Cómo saber si un CD es bueno? Buscamos una tapa en blanco y negro, evidencia de violoncellos, tal vez una participación invitada de alguien con clase, algunos títulos de canciones irónicos, un sticker con una cita sacada de una reseña en Mojo o algún diario serio, tal vez un par de referencias literarias o cinematográficas en algún lugar. Y, por supuesto, dejamos totalmente de escuchar música hecha por hombres gritones, con pantalones de cuero y pelo desprolijo. Porque ¿cómo vamos a saber si es bueno o no, cuando suena así de fuerte, en manos de gente aparantemente tan hostil a la discreta estética de la modernidad?

Yo descubrí en algún momento de estos últimos años que mi dieta musical venía baja en hidratos de carbono, y que el riff de rock es esencial para una buena nutrición - espcialmente en el auto y en giras de presentación de libros, cuando necesitás algo rápido y barato para atravesar un largo día. Nirvana, The Bends y Chemical Brothers me reabrieron el apetito, pero solo Led Zeppelin lo pudo satisfacer.(...) Lo que más me gusta de redescubrir a Led Zeppelin - y escuchar a los Chemical Brothers, y The Bends - es que ya no tienen fácil cabida en mi vida. Tanto de lo que te ocupa cuando envejecés consiste en adaptarte; tengo hijos, y vecinos, y una pareja que viviría feliz sin volver a escuchar otro riff de blues-metal o block-rockin' beat en su vida; tengo menos tiempo, menos tolerancia para la boludez, más interés en el buen gusto, más confianza en mi propio juicio. La cultura con la que me rodeo es un reflejo de mi personalidad y de las circunstancias de mi vida, y así debería ser, en parte. Al aprender a hacer esto, sin embargo, también se pierden algunas cosas, y una de las que se perdieron - junto con el gusto por, pongamos, dramas hospitalarios sobre niños enfermos, y el cine experimental - es Jimmy Page. El ruido que él hace no es ya quien soy hoy, pero todavía es un ruido que vale la pena escuchar; es también un recordatorio de que el intento de crecer inteligentemente tiene un precio."

4 comentarios:

  1. Ese libro tiene muchos puntos de vista interesantes... Como el que contrapone a Suicide con Teenage Fanclub que responde, de alguna manera, a la discusión que se suscito cuando el autor del post nos bendijo con la escucha de Van der Graf Generator... Prometo ampliar... Si llego a tener tiempo! (pero no me preocupa, ya que la respuesta pro Smiths de Kayser se hace rogar...)

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  2. Me tomé el tiempo para analizarlo, ya que lo había leído vorazmente la primera vez que nos avisaste por mail. En lo personal, y pensando estrictamente en una experiencia de alta subjetividad como la que describís al abrir la nota, me pasa algo interesante, creo. Con el flamante impulso del coleccionismo vinílico (el verbo coleccionar no es algo que resulte difícil en mi vida, como comprobaron mis colegas socios cuando conocieron mi hogar)la primera sensación que tengo es la NECESIDAD de nutrirme de aquellas gemas de rock pop de los setenta y ochenta. Supongo que hay un costado fetichista importante que se impondría en cualquier género musical con mi berretín de elegir siempre copias importadas y con algún aditamento (es algo incorporado al consumo particular del objeto)pero el recorte me hace pensar en el ¿por qué? Sin una clara respuesta encuentro un camino en tus palabras iniciales y en el texto de Hornby, del que rescato una frase que seguro será de mis elegidas para el 2011: "el riff de rock es esencial para una buena nutrición" Aplausos de pie.
    Pero también, intuyo, hay una lógica revanchista con el Pablo adolescente, que desconocía, por caso, la palabra "jazz". Era un melómano en ciernes que no disponía de bandeja y contaba con una nutrida colección de TDKs, compilados caseros que, a veces, apilaban dos placas en sus 60 o 90 minutos de cinta ¡Qué lejos estaban esas magníficas portadas que poblaban las discotecas de amigos y vecinos! Y, claro, cuando pude acceder al asunto en términos monetarios, la aparición del cd me birló el soporte. Así que, tal vez, esté viviendo una suerte de redención cuarentona, un "la tenés adentro" al marcapasos de la tecnología y la ¿evolución? del soporte.

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