miércoles, 24 de noviembre de 2010

Vacas sagradas desecradas

En nuestra última sesión del Club, me encontré haciendo algo que me provocó una mezcla de culpa por el daño infligido y el placer liberador de decir lo que uno viene sospechando por dentro: me vi denostando a una banda altamente preciada para varios de los que estaban ahí presentes. La banda: The Smiths.


La acusación
: que tienen un sonido ordinario ("fogonero" fue mi epíteto más usado), que las melodías de Morrisey son siempre las mismas (llegué a hacer una imitación de una indistinguible melodía Morriseyana sobre alguno de los temas que sonaron, y me pareció bastante acertada), que las elecciones sobre la producción lo atan a los 80's de una manera que no envejeció bien.
Los atenuantes: que las letras de Morrisey suelen ser buenas. (Excepto "Girlfriend in a coma", que me parece de un golpebajismo efectista innecesario). ¿Otros atenuantes? Bueno, no recuerdo haber encontrado otros yo, excepto que tuve que conceder que tal vez no hubiera escuchado sus mejores temas.
Pero lo interesante no es tanto este caso en particular, sino lo que representa: un momento de rebelión ante lo irreprochable, que uno no sabe cuánto tiene de verdadera opinión y cuánto simplemente de contrera molesto, ese adolescente interior moribundo pero que cada tanto revive para despreciar a la autoridad.
Otro caso que surgió en el encuentro: Bob Dylan.



Figura reverenciada si las hay dentro de la "cultura rock" (puaj, qué sabor a Rolling Stone me queda en la boca al decir eso), entre nosotros nos confesamos que ninguno disfruta de escucharlo, de su voz nasal, de sus canciones simplonas y repetitivas. Pero eso sí, no le digan al fundador del Club, que nos echa de su creación...
Tengo un amigo que dice no obtener ningún placer de la obra de David Bowie.



Y aunque cuando sale el tema, estira nuestra amistad al punto de casi romperse, entiendo que para él debe ser extraño y atemorizante verse rodeado de elogiadores absolutos del Duque Blanco, mientras él queda como el último oyente con criterio, como si estuviera en la escena final de Los Invasores de Cuerpos.
En fin, todos tenemos nuestro totem de pies de barro, y llevamos dentro nuestro iconoclasta inconformista. Y aunque no lo usemos solamente para la música, es un lugar en el que suele expresarse con fuerza ridícula, y hasta sorprendente para nosotros mismos. Después de todo, es más fácil rebelarse en el mundo del consumo cultural que en otros aspectos más complejos...
¿A cuál consagrado le tienen bronca ustedes?